miércoles, 31 de agosto de 2011

Fotógrafos de muertos

Retratos post mortem es el nombre con el que se conoce a las fotografías realizadas a las personas fallecidas de muerte natural y/o violenta y puede considerarse que representan, desde un punto de vista histórico, el primer acercamiento claro de la fotografía con la representación de los cuerpos muertos. En el caso de México, la muerte se va a documentar especialmente desde la vertiente más violenta. Los archivos de los hermanos Casasola albergan numerosos documentos fotográficos de los muertos en la revolución mexicana durante los enfrentamientos y en los fusilamientos, también de otros conflictos civiles y militares que afectaron a la población mexicana. Sin embargo, los retratos post mortem de las personas que morían por causas naturales en sus casas están distribuidos por los propios domicilios familiares o en los archivos de coleccionistas particulares. Es por tanto un estudio de recogida y catalogación de material que está pendiente de hacer, no sólo en México sino también en la mayoría de los países del mundo. La costumbre de fotografiar a los muertos en América llegó desde Europa, donde la difusión de la fotografía entre el público fue muy rápida y enseguida se extendió la práctica de fotografiar las etapas importantes de la vida: nacimiento, matrimonio, servicio militar e incluso la propia muerte. El fotógrafo acudía así al domicilio del fallecido (a veces, era al revés y los familiares eran los que se encargaban de llevar al difunto hasta el profesional) y hacía una fotografía a la persona muerta que servía a sus familiares como recuerdo y como consuelo, ya que en muchas ocasiones era la única fotografía que tenían de ese pariente. Actualmente, la tradición de fotografiar a los muertos ha quedado reducida al círculo social de personas célebres que se suelen retratar en sus capillas ardientes. En el ámbito familiar es una práctica poco corriente en la mayoría de los países. Es decir, como prueba definitiva de que las imágenes de los daguerrotipos realmente habían supuesto una nueva revolución, se hacía mención a los buenos resultados alcanzados con los retratos post mortem. Evidentemente, se trataban de los mejores modelos en ese momento en los que los tiempos de exposición requeridos eran muy largos. La quietud de los fallecidos favoreció en alguna medida la proliferación de este tipo de retratos, ya que el fotógrafo no tenía que tomar precauciones para que el modelo no saliera movido y, además, tenía cierta libertad de manipulación, como si se tratase de una naturaleza muerta. Además, se dio aún otra circunstancia que favoreció la expansión de este tipo de fotografías y que tiene que ver con que la invención del daguerrotipo coincidió en el tiempo con una época de mortalidad infantil muy alta y de grandes epidemias. Fotografiar a los muertos, por tanto, se convirtió en algo normal e incluso los primeros daguerrotipistas hacían publicidad de los retratos post mortem, algo que después haría el propio Nadar y otros fotógrafos famosos. La consecuencia más inmediata que se extrae es que la realización de fotografías a los muertos, además de tratarse de un hecho muy generalizado, fue perfectamente aceptada por la sociedad que vio en esta práctica algo normal y, en ningún momento, fue percibido como una experiencia morbosa o extraña. Prueba de ello fueron, además de los reclamos publicitarios que hacían los fotógrafos, las numerosas exposiciones que se realizaban de los retratos post morten. Anteriormente a estas exposiciones, era corriente que las morgues de las grandes ciudades estuvieran frecuentadas por "mirones" que acudían a ver a los cadáveres que en ellas se exponían. Para una autora como Julia Kristeva, el cadáver "–visto sin Dios y fuera de la ciencia– es el colmo de la abyección". Al asociar el cadáver con lo abyecto, Julia Kristeva paradójicamente, lo aleja de la muerte. De tal forma que la putrefacción del cuerpo no significa la muerte: "El cadáver (cadere, caer) –señala Kristeva–, aquello que irremediablemente ha caído, cloaca y muerte, trastorna más violentamente aun la identidad de aquel que se le confronta como un azar frágil y engañoso. Una herida de sangre y pus, o el olor dulzón y acre de un sudor, de una putrefacción, no significan la muerte".

jueves, 25 de agosto de 2011

Candela

La carretera principal que va de Baltimore a Nueva York al llegar al
kilómetro 12 se cruza con una importante autopista. Se trata de un cruce muy
peligroso, y en muchas ocasiones se ha hablado de construir un paso subterráneo para
evitar accidentes, aunque todavía no se ha hecho nada. Un sábado por la noche, el
doctor Eckersall regresaba a su casa después de asistir a una sala de fiestas. Al
llegar al cruce redujo la velocidad y se sorprendió al ver a una deliciosa
jovencita, vestida con un traje largo de fiesta y haciendo autostop. Frenó de golpe
y le hizo una señal para que subiera a la parte trasera de su descapotable.

- El asiento de delante está lleno de palos de golf y de paquetes - se disculpó.
Y a continuación le preguntó:
- Pero, ¿qué está haciendo una chica tan joven como tú sola a estas horas de la
noche?.
- La historia es demasiado larga para contarla ahora - dijo la chica.
Su voz era dulce y a la vez aguda, como el tintinear de los cascabeles de un trineo.
- Por favor, lléveme a casa. Se lo explicaré todo allí. La dirección es North
Charles Street, número XX. Espero que no esté muy lejos de su camino.

El doctor refunfuñó y puso el coche en marcha. Cuando se estaba acercando a la
dirección que le indicó ella, una casa con las contraventanas cerradas, le dijo:
- Ya hemos llegado.
Entonces se giró y vio que el asiento de atrás estaba vacío.
- ¿¡Qué demonios...!? - murmuró para sí el doctor.
La chica no se podía haber caído del coche, ni mucho menos haberse desvanecido.

Llamó repetidas veces al timbre de la casa, confuso como no la había estado en toda
su vida. Después de un largo tiempo de espera, la puerta se abrió y apareció un
hombre de pelo gris y aspecto cansado que lo miró fijamente.

- No sé como decirle qué cosa más sorprendente acaba de suceder - empezó a decir
el doctor - una chica joven me dio esta dirección hace un momento. La traje en
coche hasta aquí y...
- Sí, sí, lo sé - dijo el hombre con aire de cansancio -, esto mismo ha pasado
otras veces, todos los sábados por la noche de este mes. Esta chica, señor, era mi
hija. Murió hace dos años en un accidente de automóvil en ese mismo cruce donde
usted la encontró...

miércoles, 17 de agosto de 2011

Había una vez un guerrero valiente y apuesto. Amaba la caza y así, con frecuencia, iba por los bosques persiguiendo animales. En una de sus cacerías llegó junto a un lago y, lleno de asombro, contempló a una mujer bellísima que bogaba en una canoa.

El guerrero quedó tan enamorado que, muchas veces, volvió al lugar con el ánimo de verla; pero fue inútil, pues, ante sus ojos, sólo brillaron las aguas del lago. Entonces pidió consejo a una hechicera, la cual le dijo:

—No la verás nunca más, a menos que aceptes convertirte en palomo.
—¡Sólo quiero verla otra vez!
—Si te vuelves palomo jamás recuperarás tu forma humana.
—¡Sólo quiero volverla a ver!
—Si así lo deseas, hágase tu voluntad.

Y la hechicera le clavó en el cuello una espina y en el acto el joven se convirtió en palomo. Este levantó el vuelo y fue al lago y se posó en una rama y al poco rato vio a la mujer y, sin poderse contener, se echó a sus pies y le hizo mil arrumacos.

Entonces la mujer lo tomó entre sus manos y, al acariciarlo, le quitó la espina que tenía clavada en el cuello. ¡Nunca lo hubiera hecho, pues el palomo inclinó la cabeza y cayó muerto! Al ver esto, la mujer, desesperada, se hundió en el cuello la misma espina y se convirtió en paloma. Y desde aquel día llora la muerte de su palomo.

martes, 9 de agosto de 2011

Leyenda corta o ¿Realidad?

Quise darles a mis hijos lo que yo nunca tuve. Entonces comencé a trabajar catorce horas diarias. No había para mí sábados ni domingo; consideraba que tomar vacaciones era locura o sacrilegio. Trabajaba día y noche.

Mi único fin era que no les faltase nada, y no me paraba en nada para conseguirlo. Quería darles a mis hijos lo que yo nunca tuve.

Entonces lo interrumpió alguien y le preguntó: ¿Y lograste lo que te propusiste?
Claro que sí- Contestó el hombre.

Yo nunca tuve un padre agobiado, hosco, siempre de mal humor, preocupado, lleno de angustias y ansiedades, sin tiempo para jugar conmigo y entenderme. Ese es el padre que yo les di a mis hijos. Ahora ellos tienen lo que yo nunca tuve.