lunes, 18 de noviembre de 2013
La Fiura
Pequeño monstruo, en forma de mujer; el mito la muestra habitualmente, danzando sobre la débil alfombra, de un balanceante “hualve”, sin temor a que, en cualquier instante se rompa y la trague el pantano. Detiene su baile, para contemplar su horrible rostro, en el espejo de un charco y peinar su larga cabellera con un reluciente peine de plata. Contonea, coqueta, su exuberante busto y corre ágil, haciendo flamear su breve pollera roja, entre los troncos quemados de los roces, mimetizando sus miembros, con los semicarbonizados ganchos de los árboles. Se escabulle entre los matorrales, en busca del fruto de las espinosas “chauras”, que come con glotonería. El más leve ruido la asusta, adoptándo de súbito, caprichosas y convulsionantes posturas; hace muecas horrendas con feísimo rostro y con sus ojos chispeantes, casi ocultos por una descomunal nariz; alarga sus brazos en todas direcciones y mueve nerviosamente los dedos deformes de una enorme mano, en demanda de una víctima, para “tirarle un mal aire”. La Fiura, hija única de la Condená, es la mujer del viríl Trauco, más esto no le impide ofrecer su amor a todos los hombres, a quienes impone, como severa condición, aceptarla con los ojos cerrados. No admite mirada alguna, ni siquiera la de los animales, sin aplicar al instante su castigo: El osado que se atrevió a mirarla, quedará torcido en algún lugar de su cuerpo. Si quien la mira es un niño o un animal, le deforma generalmente las extremidades, haciéndoles imposible la marcha, los tulle. Luchar contra ella, es tarea imposible; posee una fuerza y destreza tal, que cuantos hombres quieran pueden pelear con ella, pero los deja a todos maltrechos y contusos, cuando no quedan “teldelde” (trémulos). En cambio a ella, no se logra asestarle un solo golpe: “es como pegarle a la sombra” . Las deformaciones causadas por la Fiura, son prácticamente incurables; en casos afortunados, se consigue alivio, utilizando el siguiente tratamiento: al amanecer se corta una rama de la enredadera llamada “pahueldún”, una vez transportada junto al enfermo, se la azota, hasta arrancarle la savia; líquido que debe beber el enfermo y enseguida se la lleva arrastrando hasta la playa, para lanzarla al mar (en Europa, los pueblos primitivos realizaban una ceremonia parecida, con el árbol, que representaba el espíritu de los árboles). Por haber obtenido, con ello, buenos resultados, también se aconseja tomar raspaduras de “Piedra de Ara”.
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