miércoles, 27 de junio de 2012
Luiselmexican
Cuenta la gente de San Pedro de las Colonias que cierto día, un señor, el típico borrachito, vagaba a altas horas de la noche por una de las calles principales de esa ciudad; esto ya hace aproximadamente treinta años. Este señor iba caminando, tambaleándose debido a los efectos del alcohol, y, como era conocido en ese poblado que era un señor solo, siempre andaba deambulando de coqueto, cuando traía unas copas encima.
Esa noche él estaba fuera de su casa cuando, de pronto, pasó una dama delgada, alta, que tenía una apariencia hermosa, de cabello hasta la cintura, negro y lacio, pero él sólo la había visto de espaldas. Él decidió seguirla hasta una de las plazuelas principales del poblado, chistándole y hablándole; ella no volteaba, permanecía fría y firme, ella seguía su paso… rumbo al panteón.
El borrachito, desesperado, la volteó por la espalda y… ¡¡la mujer tenía la cara de caballo!! El señor, del susto, salió disparado corriendo y hasta lo borracho se le quitó de la impresión.
Dicen que por los poblados vecinos esa mujer se sigue apareciendo, siempre espanta a los borrachos, trasnochadores y con malas intenciones.
Hace poco menos de 20 años, un par de hombres más la vieron debajo de un puente; su amigo los encontró temblando de la impresión, todo ocurrió en circunstancias semejantes.
Esta leyenda sirve de advertencia para aquellos hombres que salen de la tranquilidad
jueves, 21 de junio de 2012
Viejo hospital de Juárez
Esta clínica localizada en Jesús María y Fray Servando, en el Centro Histórico, es conocida por recibir con cierta frecuencia la visita de "La Planchada", una enfermera de apariencia inofensiva cuya risa es calificada de "siniestra" por las personas que se han topado con esta manifestación.
El nombre lo obtuvo por su atuendo colonial, el cual luce perfectamente planchado y amildonado.
De acuerdo a relatos urbanos, la mujer se enamoró perdidamente de un médico, sin embargo, el cariño no era recíproco, tal y como ella misma lo pudo constatar al enterarse que el galeno salía con otra mujer. Jamás se recuperó de la desilusión amorosa.
El nombre lo obtuvo por su atuendo colonial, el cual luce perfectamente planchado y amildonado.
De acuerdo a relatos urbanos, la mujer se enamoró perdidamente de un médico, sin embargo, el cariño no era recíproco, tal y como ella misma lo pudo constatar al enterarse que el galeno salía con otra mujer. Jamás se recuperó de la desilusión amorosa.
jueves, 14 de junio de 2012
Milagro del diluvio
La leyenda nos cuenta que por el año 1718 cayó en la ciudad una lluvia torrencial que duró 40 días e inundó gran parte de esta localidad. En ese entonces, hacia las afueras de la ciudad hacia el poniente, vivía una India tlaxcalteca esposa del zapatero que guardaba en su casa una imagen de la Virgen de la Purísima y cuando las aguas desbordadas del río llegaron a ese barrio, se dice que la piadosa mujer acercó con fé la imagen al borde de las olas. Casi de inmediato, la corriente perdió fuerzas y se salvaron de la inundación aquella barriada y la ciudad también. Este milagro influyó para que esa mujer construyera una pequeña capilla que llamó casa de la virgen, donde las mujeres de esa época iban a rezar todos los sábados, aunque el lugar estaba fuera de la ciudad. Actualmente el templo que se encuentra en ese lugar refelja la arquitectura religiosa moderna de esa ciudad.
viernes, 8 de junio de 2012
Artabán, el cuarto Rey Mago
Según cuenta la leyenda, es posible que existiera un cuarto Rey Mago que jamás llegó a conocer a Jesús. Su historia se encuentra en algunos textos antiguos que dan cuenta del largo camino que recorrió
En relación a esta supuesta historia, se narra que existía un lugar en la antigüedad, el zigurat de Borsippa, con sus altos muros y siete pisos, que era el punto de encuentro de los cuatro reyes e inicio de la travesía conjunta. Hacia allí acudía Artabán, con un diamante protector de la isla de Méroe, un pedazo de jaspe de Chipre, y un fulgurante rubí de las Sirtes como triple ofrenda al Niño Dios, cuando topó en su camino un viejo moribundo y desahuciado por bandidos: interrumpió el rey su viaje, curó sus heridas y le ofreció el diamante al viejo como capital para proseguir el camino. Llegado a Borsippa, sus compañeros de viaje habían partido.
Artabán emprendió entonces un viaje en el que, por donde quiera que pasaba, la gente pedía su auxilio, y él, atendiendo siempre a su noble corazón, ayudaba sin detenerse a pensar que el obsequio de piedras preciosas que cargaba, poco a poco se reducía sin remedio. En su andar, Artabán se preguntaba: ¿Qué podía hacer si la gente le suplicaba por ayuda? ¿Cómo podría negarle ayuda a quien la necesitaba?
Así pasaron los años y en su larga tarea por encontrar a Jesús ayudaba a toda la gente que se lo solicitaba.
Treinta y tres años después el viejo y cansado Artabán llegó por fin a donde los rumores le habían llevado en su larga búsqueda por Jesús. La gente se reunía en torno al monte Gólgota para ver la crucifixión de un hombre que, decían, era el Mesías enviado por Dios para salvar las almas de los hombres. Artabán no tenía duda en su corazón, aquel hombre era quién había estado buscando durante todos esos años.
Con un rubí en su bolsa y dispuesto a entregar la joya pese a cualquier cosa, Artabán encaminó sus pasos hacia aquel monte, sin embargo, justo frente a él apareció una mujer que era llevada a la fuerza para ser vendida como esclava para pagar las deudas de su padre. Artabán la liberó a cambio de la última piedra que le quedaba de su basto tesoro.
Triste y desconsolado, nuestro cuarto rey mago se sentó junto al pórtico de una casa vieja. En aquel momento, la tierra tembló de forma brusca y una enorme piedra golpeo la cabeza de Artabán. El temblor aquel anunciaba la muerte de Jesús en la Cruz
Moribundo y con sus últimas fuerzas, el cuarto rey imploró perdón por no haber podido cumplir con su misión de adorar al Mesías. En ese momento, la voz de Jesús se escuchó con fuerza: Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste.
Artabán, agotado, preguntó: ¿Cuándo hice yo esas cosas? Y justo en el momento en que moría, la voz de Jesús le dijo: Todo lo que hiciste por los demás, lo has hecho por mí, pero hoy estarás conmigo en el reino de los cielos.
En relación a esta supuesta historia, se narra que existía un lugar en la antigüedad, el zigurat de Borsippa, con sus altos muros y siete pisos, que era el punto de encuentro de los cuatro reyes e inicio de la travesía conjunta. Hacia allí acudía Artabán, con un diamante protector de la isla de Méroe, un pedazo de jaspe de Chipre, y un fulgurante rubí de las Sirtes como triple ofrenda al Niño Dios, cuando topó en su camino un viejo moribundo y desahuciado por bandidos: interrumpió el rey su viaje, curó sus heridas y le ofreció el diamante al viejo como capital para proseguir el camino. Llegado a Borsippa, sus compañeros de viaje habían partido.
Artabán emprendió entonces un viaje en el que, por donde quiera que pasaba, la gente pedía su auxilio, y él, atendiendo siempre a su noble corazón, ayudaba sin detenerse a pensar que el obsequio de piedras preciosas que cargaba, poco a poco se reducía sin remedio. En su andar, Artabán se preguntaba: ¿Qué podía hacer si la gente le suplicaba por ayuda? ¿Cómo podría negarle ayuda a quien la necesitaba?
Así pasaron los años y en su larga tarea por encontrar a Jesús ayudaba a toda la gente que se lo solicitaba.
Treinta y tres años después el viejo y cansado Artabán llegó por fin a donde los rumores le habían llevado en su larga búsqueda por Jesús. La gente se reunía en torno al monte Gólgota para ver la crucifixión de un hombre que, decían, era el Mesías enviado por Dios para salvar las almas de los hombres. Artabán no tenía duda en su corazón, aquel hombre era quién había estado buscando durante todos esos años.
Con un rubí en su bolsa y dispuesto a entregar la joya pese a cualquier cosa, Artabán encaminó sus pasos hacia aquel monte, sin embargo, justo frente a él apareció una mujer que era llevada a la fuerza para ser vendida como esclava para pagar las deudas de su padre. Artabán la liberó a cambio de la última piedra que le quedaba de su basto tesoro.
Triste y desconsolado, nuestro cuarto rey mago se sentó junto al pórtico de una casa vieja. En aquel momento, la tierra tembló de forma brusca y una enorme piedra golpeo la cabeza de Artabán. El temblor aquel anunciaba la muerte de Jesús en la Cruz
Moribundo y con sus últimas fuerzas, el cuarto rey imploró perdón por no haber podido cumplir con su misión de adorar al Mesías. En ese momento, la voz de Jesús se escuchó con fuerza: Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste.
Artabán, agotado, preguntó: ¿Cuándo hice yo esas cosas? Y justo en el momento en que moría, la voz de Jesús le dijo: Todo lo que hiciste por los demás, lo has hecho por mí, pero hoy estarás conmigo en el reino de los cielos.
domingo, 3 de junio de 2012
Leyenda del copihue
Hace muchos años, cuando en Chile la tierra de Arauco era habitada por
pehuenches y mapuches, vivía una hermosa princesa, llamada Hues, y un vigoroso
príncipe pehuenche, cuyo nombre era Copih.
Pero, lamentablemente, sus tribus estaban enemistadas a muerte. El mayor de los problemas era que Copih y Hues se amaban y para verse sólo podían encontrarse en lugares secretos de la selva. Sin embargo, un día los padres de ambos se enteraron y se enfurecieron... y no se quedaron de brazos cruzados.
Copiñiel, el jefe de los pehuenches y padre de Copih, y Nahuel, jefe mapuche y padre de Hues, se fueron cada uno por su lado hasta la laguna donde ambos enamorados se encontraban.
El padre de Hues, cuando vió a su hija abrazándose con el pehuenche, arrojó su lanza contra Copih y le atravezó el corazón. Tras esto, el príncipe pehuenche se hundió en las aguas de la laguna. El jefe Copiñiel no se quedó atrás e hizo lo mismo con la princesa, la que también desapareció en las aguas de la laguna.
Ambas tribus lloraron por mucho tiempo. Y cuando pasó un año, los pehuenches y mapuches se reunieron en la laguna para recordarlos. Llegaron de noche y durmieron en la orilla.
Al amanecer, vieron en el centro de la laguna un suceso inexplicable. Del fondo de las aguas surgían dos lanzas entrecruzadas. Una enredadera las enlazaba, y de ella colgaban dos grandes flores de forma alargada: una roja como la sangre y la otra blanca como la nieve.
Así, las tribus enemistadas comprendieron lo que sucedía. Se reconciliaron y decidieron llamar a la flor copihue, que es la unión de Copih y de Hues. Ésa es la historia de nuestra flor nacional.
Pero, lamentablemente, sus tribus estaban enemistadas a muerte. El mayor de los problemas era que Copih y Hues se amaban y para verse sólo podían encontrarse en lugares secretos de la selva. Sin embargo, un día los padres de ambos se enteraron y se enfurecieron... y no se quedaron de brazos cruzados.
Copiñiel, el jefe de los pehuenches y padre de Copih, y Nahuel, jefe mapuche y padre de Hues, se fueron cada uno por su lado hasta la laguna donde ambos enamorados se encontraban.
El padre de Hues, cuando vió a su hija abrazándose con el pehuenche, arrojó su lanza contra Copih y le atravezó el corazón. Tras esto, el príncipe pehuenche se hundió en las aguas de la laguna. El jefe Copiñiel no se quedó atrás e hizo lo mismo con la princesa, la que también desapareció en las aguas de la laguna.
Ambas tribus lloraron por mucho tiempo. Y cuando pasó un año, los pehuenches y mapuches se reunieron en la laguna para recordarlos. Llegaron de noche y durmieron en la orilla.
Al amanecer, vieron en el centro de la laguna un suceso inexplicable. Del fondo de las aguas surgían dos lanzas entrecruzadas. Una enredadera las enlazaba, y de ella colgaban dos grandes flores de forma alargada: una roja como la sangre y la otra blanca como la nieve.
Así, las tribus enemistadas comprendieron lo que sucedía. Se reconciliaron y decidieron llamar a la flor copihue, que es la unión de Copih y de Hues. Ésa es la historia de nuestra flor nacional.
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